Practico el arte de dejar que las cosas sigan su curso y se desarrollen como deben. Primero, centro mis pensamientos y calmo mis emociones. Entro en un silencio más profundo. Al concentrarme en mi interior, he descubierto una perfecta sensación de equilibrio y vivo allí. La armonía interior encontró un hogar en mi alma y me sentí atraída aún más profundamente hacia esta dimensión de paz divina.

Ya no esperaba que las condiciones de mi vida me trajeran paz. Esa paz no me la pueden dar desde fuera. En cambio, recurrí a la paz de mi alma y experimenté una profunda sensación de bienestar y satisfacción. He descubierto que mi verdadera fuente de paz es la presencia de Dios dentro de mí.